Cuando abrimos el corazón
Cuando abrimos el corazón surge de manera natural el deseo de cuidar, de estar ahí en silencio o expresando con gestos estoy aquí, te veo, te siento, te acompaño.
Cuando abrimos el corazón nos damos permiso de sentir para percibir la fuerza de su movimiento, reconociendo que es justo ahí donde podemos transformar nuestros estados internos, al sentir cobijo, bondad, humildad, no hay censura, se vibra en AMOR y desde allí se abren las puertas para soltar.
Cuando abrimos el corazón nos permitimos dejar ir todo lo que vivimos mientras estábamos aprendiendo, reconociendo que hacemos lo que podemos con lo que tenemos.
Cuando abrimos el corazón sentimos que estamos hechos de lo mismo, que nos atraviesan, los miedos, el dolor por las pérdidas, las despedidas, la incertidumbre, la decepción ante las promesas rotas y las expectativas creadas, ante lo que pudo ser y no fue, los desencuentros.
Cuando abrimos el corazón y soltamos esas historias, hacemos espacio al palpitar de un corazón renovado que es compasivo y generoso, amoroso que nuevamente se arriesga a seguir amando, a seguir danzando, en esa danza infinita entre el dar y recibir.
Cuando abrimos el corazón brotan acciones naturales llenas de sentido, de un nosotros que se siente desde la experiencia compartida, se activan sueños de un colectivo que siembra desde su esencia, que sabe que lo que se planta germinará cuando las condiciones sean favorables y nos resuene la vida.
Cuando abrimos el corazón, damos la bienvenida a lo que se nos presenta, convocamos más fácilmente a la paciencia, la confianza, la serenidad, rompemos las armaduras para abrirnos a la aceptación.
Cuando abrimos el corazón sentimos la fuerza del Amor que nos abriga, sentimos que no estamos solos, que Dios, el Universo, la Vida, nos recuerda que tú y yo somos uno y que podemos celebrar que somos su manifestación.